Sunday, January 30, 2005

2. Feudo Benimaclet

2. Feudo Benimaclet

Había una vez un pueblo llamado fae. No vivían ni lejos ni cerca, sino en no-lugar llamado Ensueño, y no tenían un cuerpo físico, si no solo una imagen de lo que creían ser.

¿Qué es un changeling?
Señoras, señores, la pregunta es acertada pero no sé si yo sabría contestarles. Yo soy un changeling, pero para que me entiendan, pregúntense ustedes si sabrían explicarme ¿Qué es un ser humano? Algunos dirán que es un ser vivo caracterizado, entre otros rasgos, por su desarrollada inteligencia, su capacidad de hablar, postura erguida sobre sus extremidades inferiores y manos prensiles.
Bien, dado que un changeling es una combinación parasitaria de un hombre y un fae, tenemos ya la mitad de la definición hecha. Y ahora ¿Qué es un fae?
La ciencia habría de flexibilizarse un poco más para poder contemplar nuestra pasta. Hay muchos mundos, más universos y dimensiones aparte de las que creemos conocer, y la mayoría son tan diferentes que no tendríamos a donde acogernos para empezar a compararlos. Los fae eran, y son, los habitantes de una dimensión inmaterial, hecha de algo parecido al pensamiento, solo que más salvaje. Creo que no sería lícito llamarles almas, aunque lo sean de alguna manera. Y no tienen nada que ver con nuestro concepto de fantasmas.
Como ya he perdido la esperanza de hacer científica y creíble mi explicación daré un paso más. Los fae aprendieron un día a cruzar el límite de su dimensión y entrar en la nuestra. Supongo que llegaron también a otros muchos sitios, pero no estoy nada seguro. Tampoco sé si vinieron por que allí donde vivían tenían algún problema, pero son cosas que no importan mucho, ¿verdad? El caso es que llegaron aquí y nos encontraron a los humanos, que a su vez no podían verles por puras cuestiones de percepciones dimensionales. Sin embargo, si que podían destruirles.
Cuestiones de incompatibilidad biológica.
Los humanos, como todos los seres vivos, también tenían su componente metafísico, y habían adquirido la costumbre de clasificar sus ideas según su mundo real. Algún filósofo diría que fue al revés: aprendisteis a ordenar el mundo según vuestras ideas. Y ¡vaya! Resultó que ese aspecto aun naciente de ser humano era algo letal para los fae, hechos de instinto salvaje y pensamiento en estado puro y desbocado.
La solución no se hizo esperar: si no puedes vencer tu enemigo, únete a él. Es irónico, porque hasta entonces, su “enemigo” no había hecho aún nada en su perjuicio. Y entonces, los más valientes de los fae (o los más desesperados, desterrados de su dimensión onírica) comenzaron a dejarse moldear en superficie por los humanos. Aprendieron a adueñarse de sus cuerpos para tomar contacto con el mundo físico, y con unos ojos, oídos y nariz reales, empezaron a sentir el mundo tal como lo hacen los humanos. Algunos pocos, de hecho, prefirieron impregnarse completamente de esa nueva dimensión ordenada y olvidaron lo que eran antes. Yo, como la mayoría de los que vinimos a instalarnos, creo que me quedé en medio de los dos universos solapados.
Con el tiempo los fae, a quien los hombres comenzaban a intuir y a llamar hadas o duendes, aprendimos a dominar de alguna forma las dos existencias. Era divertido. Nos sentíamos como colonos, solo que con un sentimiento de poder y nostalgia multiplicados por el eco dimensional.


Me arranqué de mi cama sin mucha convicción. Si había conseguido conciliar el sueño, este no me había dejado descanso ninguno. Sé que algunos changeling no necesitan dormir, lo que tiene su lógica. Somos seres del ensueño, ¿No? En todo caso, creo que mi cuerpo sí que lo necesita. Tal vez porque añora aquella existencia completamente mortal que nunca tuvo, tal vez por que la carne, al fin y al cabo, es carne y posee todas las debilidades de la carne.
Cerré los ojos con fuerza, y apreté los puños contra ellos, para hacer un poco más nítida mi habitación. No me podía quejar de que aquel espacio estuviera nada mal. Un poco pequeño tal vez, pero no me importaba en absoluto. No encontré nada concreto a lo que atenerme para situar mi incomodidad en aquel cuartucho, pero deduje que tenía que ver con la limpieza, la vacuidad. Tampoco podía llenar la estancia de trastos, ni convertirla en una pocilga aunque hubiera querido, porque no tenía nada con qué hacerlo. Supuse que eso fue lo que me incomodaba.
Aun mareado y con el asunto de mi nuevo trabajo rondándome como la canción del verano, me dispuse a lavarme la cara. De la misma manera que la canción del verano, el tema el tema que me rondaba parecía transmitirme una baga sensación de entusiasmo, pero tan diluida y repetida que no pude evitar confundirla con una indigestión. Me acosté vestido, de manera que no tuve que hacerlo de nuevo por la mañana. Me olí un poco. No importaba, ya me ducharía un poco más adelante. Cogí la mochila gris, bajé y me despedí del chaval que había estado haciendo la guardia en la recepción de la tienda Aventura.
Hoy tenía algo importante que hacer. Seguro que conocen esa sensación de tener algo que hacer: Si uno no tiene tiempo ni para cagar, lo más probable es que haya olvidado esa sensación, pero para mi tener algo que hacer era ya de por sí la motivación para hacerlo.
Feudo Benimaclet, recordé.
Yo sabía que Benimaclet era un barrio de Valencia, tal vez un pueblo que fue absorbido por la ciudad y que hoy, intereses políticos aparte, no conservaba mucho de la esencia de antaño. El Feudo se hallaba en la estación de metro de ese mismo nombre y si la intuición no me fallaba, el Feudo Benimaclet sería, con mucho, el Feudo más bienhallado de los que quedaban en la ciudad. Puede que el mayor de media docena, contando el Feudo Mestral.
Decidí acercarme caminando aun a sabiendas de que tendría que bajar a la estación, y para ello la gente solía pagar. Quería reconocer los alrededores, las salidas y escapatorias, y sobretodo me gustaba estirar las piernas.
Resultó ser el empalme de la línea de metro y la de tranvía (de la misma compañía de transportes) que acercaba aglomerados de jóvenes hasta la universidad, así que cuando llegué dejé que el conglomerado de carne apretada de viajeros estudiantiles me bajara hasta el primer piso por debajo de la calle.


En realidad, era un piso de recepción donde se ubicaba la cabina de control y las puertas automáticas de ticket. La cara oeste de aquel piso era una enorme ventana de cristal donde uno veía todo el andén. No necesité hacer ningún tipo de magia para colarme: me coloqué pegado al que tenía delante y cuando este pasó me deslicé antes de que se cerraran las puertas. Una vez allí, podía bajar a las vías por la izquierda o por la derecha, según fuera a coger el tren que llevaba al este o el oeste, respectivamente. Bajé por la izquierda, aunque no iba a coger ni uno ni otro. Apunté en la memoria que por cada lado existían sendas escaleras automáticas y normales.
Y allí me hallé, rodeado de la gente que regresaba a casa tras una dura mañana de trabajo o estudio. Era una estancia de techo muy alto, como casi todas las estaciones de metro. Miré el panel de luces rojas del andén: el reloj marcaba las 13:41 y debajo parpadeaba un MISLATA ALM 13:43.
El zumbido del tren se intensificó, se condensó en un tren de verdad por la izquierda, paró, y se volvió a ir con todos los que esperaban a esa parte de las vías. Por fortuna, a la otra parte solo había dos o tres personas esperando cuando seguí el rumbo del metro que se había alejado por un oscuro túnel que aun vibraba con la resonancia de motores.
Debía ser rápido y discreto. Intentando no perder la naturalidad, caminé hacia delante por el subterráneo, iluminado al principio, medio iluminado a los pocos pasos, en penumbras antes de los treinta. Me tapé la cara con la máscara que llevaba en la mochila. Un sonido grave, el de un tren que se acercaba delante de mi, me puso sobre aviso. Era la hora de empezar a utilizar mi verdadero talento.
Me tapé los ojos con el antebrazo izquierdo y puse el derecho por encima de la cabeza de modo que esa mano cubriera la oreja izquierda. Me concentré un segundo, y volví a descubrirme.
Seguro que han visto películas donde los magos realizan sus hechizos y sus encantamientos a golpe de varita y palabrería. Es una manera de hacer las cosas. Al final, todo se reduce a un detonante simbólico que desencadena la magia. Por supuesto, ningún gesto entraña el poder en sí. En este caso, yo solo pretendía utilizar el hechizo “ojos velados” sobre mi persona, el mismo con el que se encantan puertas o viviendas (el mismo que ejercía su efecto sobre el Mestral) para que nadie preste atención en ellos. Creo que también podría intentar volverme invisible, como en tantas otras historias, pero nadie la hace. Parecer invisible es mucho menos costoso y procura los mismos resultados.
El tren pasó a escasos metros y ambos nos ignoramos en nuestro camino.
Por otra parte, la máscara con la cara moldeada de un chivo, era en realidad una protección contra otra cosa. Los otros changelings.
Me paré, y escuché. No con los oídos, sino con ese sexto sentido, intentando notar una alerta que no tardó en crecer en mi interior. Me tumbé en el suelo, intentando parecer un mendigo durmiendo y entonces, la puerta del feudo Benimaclet comenzó a abrirse, rezumando una luz tan antigua como el Otro Sol. Con los ojos casi cerrados, y en postura fetal, noté como el portal de paso se abría en algún punto de la acera que yo ya había recorrido. Entonces comprendí: En realidad eran dos portales, uno de entrada y otro de salida. Dos puertas superpuestas, que solo eran visibles cuando se las invocaba, y cuyas dos caras servían para entrar o salir, diferentemente. Tanto los que salían como los que entraban se encontraban caminando hacia la estación, de manera que los tíos que salían me daban la espalda, mientras delante mío se abría durante unos instantes ese paso.

¿Han leído Harry Potter, verdad? En todo caso seguro que han visto la película, o conocen a alguien que la haya visto o leído. Yo estaba tan enterado como el que más de las hazañas del pequeño mago por que una vez entré en la mente de un adolescente que casi había vivido los tres primeros tomos. ¿Recuerdan cuando Harry atraviesa ese umbral secreto en medio de la calle y se encuentra en medio de un mercado de objetos mágicos? Pues bien, en el sitio donde yo me encontraba, los tenderos también vociferaban intentando vender sus productos, por que aquello también era un mercado mágico.
Sin embargo, como verán, aquello no se parecía en ninguna otra cosa al mercado barriobajero del libro de fantasía. Al contrario de lo que cabría imaginarse, en la mayoría escaparates solían lucir carteles del tipo “Las mas dulces chicas del Ensueño”, “Los ingredientes mágicos para el aliño de Maria Juana”, y “Sonrisas y caramelos de Fantasía”. Tomé nota de este último letrero porque nunca me gusta dejar con mal sabor de boca al hacer una lista de nombres bonitos. Pero como en el primer puesto tenían las prostitutas más irrisorias y roídas, y la segunda trataba de sacar jugo a los restos de droga mas cortada del mundo (y ya que a mi se me revolvieron las tripas tras echar una mirada a una veintena de tiendas más), les diré también que las “Sonrisas y caramelos de fantasía” era en realidad un consorcio de ilusionistas que mostraba a cámara superlenta, como en un holograma que se mantuviera en el aire, el arte de dar la vuelta al cuerpo humano como un abrigo reversible. Lo de dentro fuera. Exteriorizar lo que se lleva en el interior y convertirse en una masa roja informe y temblorosa capaz de mancharlo todo a su paso.
Pensé en quedarme a verlo, pero hoy no estaba de humor. Si quería algo de verdad espeluznante ya tenía suficiente con los programas del corazón que podía ver los escaparates de tiendas de electrodomésticos allí arriba de todo aquello. Así que caminé como si tuviera algo que hacer en cualquier otra parte, hasta salir de aquél lugar. El verdadero Feudo estaba más al fondo de aquel lugar, alejado lo suficiente de los suburbios como para que los sidhe no huelan la miseria que va a existir de todas formas.
Hace algo menos de un siglo, según me enteré después, las autoridades changeling intentaron limpiar un poco el rostro al antaño reputado Feudo Benimaclet. Descartaron desde el principio la idea de dar ayudas gratuitas y, en vez de ello, intentaron separar la suciedad adherida a las cortes. Diseñaron un nuevo modelo de ciudad a la vieja usanza que le daba ese aire característico de los feudos medievales, hechos de círculos en cuyo centro concéntrico se hallaba el señor. Intentaron convertir gradualmente ese centro en un área restringida para gente rica, pero eso sólo funcionó a medias. Más que nada por que la estratificación en clases sociales solo existe a imitación de la raza humana; y a menudo, los disparatados fae no tenían muy claro si querían (acaso porque podían) ser ricos o pobres. El verdadero poder para nosotros es el arte, la emoción, convertirse en leyenda, y ese tipo de cosas que hoy por hoy ya no están unidos al poder adquisitivo.
Yo mismo, algún día, me haré rico solo para vivir una aventura desde ese punto de vista; y cuando eso suceda os pediré, por favor, que no recordéis todo lo que he hecho por desprestigiar la Alta Suciedad.
Me percaté de que ahora la gente a mi alrededor iba vestida con ropas virtualmente mas caras a medida que caminaba, y que la mayoría parecía lo suficientemente sobria para preguntarse porqué yo llevaba máscara. Sin embargo, al contrario de como sucedería en la superficie, aquí una máscara suele ser un medio bastante eficiente para pasar desapercibido y anónimo. Si alguien lleva máscara aquí abajo, mejor dejarlo en paz. Lo mas probable es que se trate de un actor asumiendo el papel de su personaje heroico en la aventura que intentan vivir, alguien que tal vez se crea mas importante o más estético y que en cualquier caso, hay que dejar que siga su camino. La otra posibilidad es que de verdad se trate de alguien a quien mas vale no descubrir. No sería beneficioso para el descubridor ni para el descubierto.
Sabía que una aprensión subliminal me precedía, como si la máscara cabría tuviese su propio aliento enfermizo. Por otra parte, cabía suponer que a los agentes de la ley no les gustaban los enmascarados, así que intenté mantenerme al margen. De todas formas solo quería hacer una pequeña incursión adelantándome a un trabajo que realizaría dos después.
El feudo oculto no debía medir mas de cuatrocientos metros en su diagonal mas larga, y pronto no tuve nada mas que ver excepto la ciudadela interior, protegida por centinelas trolls. Suele ser la corte del sidhe reinante, y ahí se aloja además la Hoguera que alimenta todo el reducto mágico, como un motor de vida, o un corazón que impulsase el maná para protegerlo de este mundo gris. Así que me di la vuelta tratando de predecir las bifurcaciones y escondites del camino hacia la puerta.
Advertí que se estaba formando un corrillo detrás de mí, de un número creciente que ahora rondaba la decena de changelings. Por unos momentos mi mente buscó una técnica adecuada para salir de aquél lugar, usando cualquier tipo de violencia espiritual en caso de ser necesario, pero no fue necesario. La paranoia del momento me hizo olvidar que con toda seguridad se trataría de la venta de un producto especialmente extraño e ilegal. Cuando lo comprendí me sentí un poco mas aliviado, y me obligué a presenciar la reunión popular.
¾Están reorganizándose, estoy seguro. ¾Oí que decía alguien entre dientes, cerca del centro del corrillo. ¾Día a día los veo caminando en grupos como si patrullaran, y piensan encontrar una forma de llevársela. Dicen que era suya desde el principio.
¾Esos mamones siempre han andado como si patrullaran. No saben caminar normal, ¿O es que no lo sabes? Son redcaps.
No sé si habría algún redcap presente, pero si lo había, pasó el comentario por alto. Hablaba un sidhe, y era mejor no meterse con él delante de todo el mundo. Podía tener guardaespaldas.
¾No ¾Volvió el primero. ¾Ya sé que son redcaps, los conozco muy bien. Pero hay algo raro de verdad en este asunto. Planean algo, y eso es algo que no pueden hacer de normal ellos mismos.
La muchedumbre, que dado el debate ya había perdido la curiosidad de comprar nada, asintió con gravedad. Si un sluagh lo decía, algo de verdad habría de haber, y este que hablaba ahora era uno especialmente vetusto.
Por lo general, los sluaghs son la escoria de las cloacas. Son feos, huelen mal, y no acuden a votar a las elecciones generales, así que permanecen escondidos sin nadie que les estorbe. Nadie les hace mucho caso mientras están en sus fosos negros, y ellos se sienten la mar de a gusto con su sentido de inferioridad. Sin embargo saben cosas. Recaban información de allí a de allá, e incluso se murmura que tienen bibliotecas de sabiduría mística.
¾Pues que planeen. El Mestral nunca nos ha hecho nada, y no seremos nosotros los que demos el primer paso. La jodida hacha de guerra quedó enterrada y bien enterrada¾Predicó el sidhe como si recitara alguna parte del antiguo testamento. Pero sus palabras no sonaron muy convincentes y decidió que tampoco debía perder más tiempo con la sucia plebe. Pagó sin pudor algo al mercante y se despidió con un gesto de asco y diplomacia al mismo tiempo.
Así que había una guerra de bandas, o lo podría haber en poco tiempo. Desde luego, tal como había dicho el sidhe, la había habido. Yo iba a trabajar directamente para el Mestral, y sin embargo no sabía nada de esa guerra clandestina que parecía estar cocinándose a fuego lento.
“Es solo un asunto de pacificación”. Había dicho Enric.
Seguí caminando hacia la puerta, con la angustia de no saber lo que pasaría si alguien de allí supiera lo que yo iba a hacer, y entonces tuve una idea. A algunas personas se les suelen ocurrir las agudezas mas brillantes mientras caminan, e incluso les parece que su inteligencia se amplifica y su memoria capta mejor la información al utilizar las piernas. Por mi parte, me temo que el hecho de que yo esté acostumbrado a que así suceda se deba a que suelo estar de pie, caminando aunque no tenga ningún sitio adonde ir. No duermo mucho, y en la barra de los bares el sistema operativo suele comenzar a colgarse después de la quinta litrona.
Busque un blanco fácil, y preparé el karma de forma parecida a como se cree la gente que lo hacen los monjes. Como no encontré a nadie que me pudiera servir a la primera, tuve que forzar un poco el destino, lo cual no es fácil. Retrospectivamente, me doy cuenta de que es uno de mis mayores dones. La suerte apareció delante de mí, caminando de una manera que me era muy familiar. Se giró y comenzó a decirme algo. Yo no entendí las primeras palabras, por que tenía ya preparado el siguiente truco de magia, pero me pareció que iba a preguntarme si tenía un cigarrillo.
Le pensaba transmitir una dosis de tranquilidad para después inhalarle otra de algo parecido a “¿No te sentirás mas a gusto si me cuentas tus problemas?”. Lo he hecho demasiadas veces, usando un detonante simple. Me quité la máscara para que me viera los ojos y que el hechizo hiciera efecto. Sabía que aquello no era arriesgado, por que después no debía recordar nada.
¾Deph! ¾Gritó ella.
Si no hubiera gritado mi nombre en ese instante, yo la habría sumido en aquel estado similar a la hipnosis, me hubiera dado cuenta de lo que pasaba después y hubiera intentado enderezar el asunto de alguna manera, pero aquel chillido me hizo sentir muy confundido, y dudé.
¾¡Deph! ¿Qué haces aquí? ¿Y qué ibas a hacerme?
¾¡Siringa!
Hubo un momento de tensión entre la confusión y la felicidad del encuentro, en el que ella pareció una mejor capacidad de reacción.
¾¡Cuanto tiempo sin verte! ¿Me ibas a matar? ¾Yo, aun aturdido mientras volvía equilibrar el maná en mi cuerpo, no tuve tiempo de responder antes de que ella continuara. ¾Vaya, creo que hoy es la tercera vez que me doy cuenta de que la gente no me aprecia. Me han intentado matar tantas veces... hasta tú lo has intentado un par de ocasiones. Pero ya sabes que a Siringa Llopis no hay quien la coja, ¿Verdad? Pero háblame de ti. La última vez que te vi, estabas metido en algo tan gordo y se te veía tan apesadumbrado, que me cambié de acera. ¡Tengo que reconocer que no me hubiera apetecido hablar mucho con tigo entonces!...
¾¿Qué tú tuviste reparo de hablar? Venga ya. ¾ Si aquella mujer le sobraba algo, eso era charla.
¾Da igual, porque ahora me vas a contar todo lo que pasó, y porqué estás aquí, y porqué me ibas a matar. ¾Dijo alegremente.
¾No te voy a contar nada de aquello ¾le dije amablemente. ¾Y no te iba a matar.
¾¿Porqué no? Sabes que soy una tumba. No le dije a nadie que me enteré de lo que tuviste con Mireia...
¾Siringa, cállate.
¾... Ni que los últimos días todos creíamos que ibas a morir... o algo peor..
¾Hablas demasiado.
¾ ... Y desde luego, muchos pensamos que te ibas a convertir en un... en un...
¾Estoy reconsiderando lo de matarte. Y la última vez te dolió.
¾...En alguien parecido a Lluis. ¾Acabó ella poniéndose seria. Sé que la amenaza de muerte no le importó lo más mínimo.
Los dos nos miramos, y toda la tensión cayó de golpe, dejándome levemente cansado y vacío al recordar.
¾He venido aquí para olvidar todo aquello.
¾¡Oh! Vaya
Intenté sonreír. Ella captó mi esfuerzo e intentó ayudarme desviando la conversación. Le pregunté qué coño hacía ella aquí, pero no la atendí en absoluto. Me dediqué a asentir como si de verdad estuviera interesado. Caminamos mientras hablábamos y yo la llevé a algún sitio donde nadie pudiera verme la cara y reconocerme después.
Estoy seguro de que tanto ella como yo pensábamos solo en los últimos días en casa, pero hizo un enorme esfuerzo por no hablar de ello. En su caso, eso se merecía el mayor premio al esfuerzo, y apunté en algún rincón mental que, cuando fuera rico (solo para vivir una aventura desde ese punto de vista) sacrificaría diez toros en su honor. Cuando terminó de habar, yo sonreí una vez más y le dije:
¾¿Sabes Siringa? Pedí a la Fortuna encontrarme a alguien capaz de contarme la actual situación social de este lugar.
¾Y estuviste apunto de echarme aquel hechizo que le suelta la lengua a uno, ¿Verdad?
¾Más o menos. ¾Vi como sus ojos me transferían un alivio que no supe como interpretar, tal vez porque hacerle eso a ella podría matarla. Ella nació con la lengua demasiado suelta, de manera que se quedaría hablando por los siglos de los siglos.
¾Entonces has acudido a la persona apropiada. ¾Dijo, y yo me sentí un poco como en casa en compañía de aquél ser que la Fortuna trajo conmigo desde Formentera.

Siringa era una muchacha bastante normal. Ni guapa ni fea, ni tampoco mediocre. Era ancha de espaldas, y regalaba ese aliento agradable y femenino que solo se encuentra en los caminos de la rutina, cuando no tienes nada que hacer, ni nadie con quien hablar. En cuanto a su semblante faérico, no supe clasificarla en ningún grupo determinado. O bien había decidido disolverlo, lo cual no quería decir que no poseyera los dones changeling, o bien era tan parecido al semblante mortal que no podía apreciarlo. O quizá ella lo mantuviera oculto. No le di demasiada importancia por que no la tenía en absoluto.
Antes de llegar a Valencia la había visto un par de veces, pero nunca me había parado a hablar en serio con ella. Por lo visto solía venir para visitar a la que fue su familia, y cuando volvía traía regalos a sus amigos. Parecía conocer bastante bien esta zona del planeta, y respecto a la historia de este refugio parecía una enciclopedia hecha a la medida de mis necesidades.
Volví a bajarme la máscara cabría, y la llevé a un lugar lo bastante vacío para que nadie nos oyera y todo el mundo sospechase que traficábamos con algo sucio. Eso suele atraer a curiosos y alertar a legalistas, pero las autoridades tenían mejores cosas que hacer en las corruptas marginalidades de este paraje de fantasía, como mantener ocupados a los curiosos para que no les dieran más trabajo.
Como siempre sucede, los sabios predicaban que nadie sabía a ciencia cierta de cuándo se construyó el Feudo Benimaclet. Por supuesto, nadie tenía ni idea. Pensar que no podría tener más años que la propia estación de metro era en realidad un error, aunque este se encontrara encima y diera acceso al feudo. El espacio abierto en la tierra debajo de la estación no existía en realidad, y su apariencia se debía al mero capricho de sus arquitectos. En realidad, el portal cercano al andén podría llevar a las profundidades excavadas del Tibet, a Marte, o a cualquier reino de fantasía a mitad distancia del Ensueño, pero, en todo caso, solo era accesible desde el portal de la estación Benimaclet. Y eso lo convertía en un Feudo adyacente al Mestral.
Siringa nombró un par más de refugios faéricos cercanos, pero admitió no saber mucho sobre ellos. Además, sabía por mi conducta que la trama de su relato debía centrarse sobre la relación Benimaclet – Mestral, así que bajó el tono de voz para que yo lo entendiera todo, atrapándome en su relato con modulaciones y cambios en la velocidad de narración.
No sé cuánto tiempo pasamos los dos allí, como una madre y un hijo demasiado intrigado como para dormirse. Cuando acabó, se hizo un silencio de respeto y miradas, yo le di las gracias por todo y ambos nos deseamos lo mejor, como si el poder de la narración nos hubiera hermanado olvidando y mutando el pasado. Era ese tipo de magia que viven a veces los humanos, que les hace sonreír bobos al contemplar cualquier tipio de obra, y que ellos mismos no suelen reconocer como tal. Después, como si todo estuviera escrito de antemano, cada uno volvió a lo que teníamos que hacer.
Busqué de nuevo el portal de salida, atajando a cualquiera que deseara interactuar conmigo. Hubo un segundo en el que creí que todo aquello era un error, que yo no debería haber cogido el trabajo y que no debería estar ahí, sintiéndome como un espía con la sensación de algo malo iba a pasar, pero mire mentalmente a otra parte, porque de momento no había nada de lo que preocuparse. Había encontrado un trabajo temporal, y ahora solo había que realizarlo, cobrar, y continuar como si tal cosa.
“¿Qué pasa?” me pregunté. “Si tiene que suceder algo, sucederá. Siempre ocurre, por que si no la gente no tendría nada de que hablar. Pero te estás adelantando al nudo de la historia, y si empiezas así solo conseguirás demostrar que eres un paranoico. Además, deberías dejar un poco de margen al autor de esta historia. ¿Qué otra cosa puedes hacer?”
Dormir. Como decía el proverbio: Si un problema tiene solución ¿Porqué apurarse? Y si no la tiene, de nuevo ¿Por qué apurarse? Me reí un poco de mi mismo y de mis absurdos pensamientos y un poco mas calmado caminé el par de kilómetros casi sin darme cuenta hasta volver al albergue Aventura.



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