Saturday, January 15, 2005

1. Mestral

1. Mestral
La puerta sonó con un golpe extraño cuando la cerré tras de mí. Supongo que pasa igual con todas las puertas cuando uno se encuentra solo en una casa, como un ruido demasiado grave para ser captado conscientemente por el oído, y que no es más que el quejido de la puerta, que se aprovecha de tu soledad para intimidarte. El problema radicaba en que yo debería estar acostumbrado a ese ruido.
Digamos que hacía algún tiempo que andaba como un nómada buscando cada noche un tejado. No es que lo pasara mal, ni siquiera cuando no lo encontraba, pero hay algo que va creciendo dentro de uno cuando no ve a nadie al que pueda amarrarse. Algo que se manifiesta en cada ruido de cada puerta. Y cuando uno lleva unos litros de alcohol de sobra, la sensación puede susurrarte al oído cosas, voces de amigos que ya no están con nosotros. En cualquier caso, la nube de sobriedad había quedado atrás camino del albergue donde me hospedaba, y mi vieja amiga resaca era todo cuanto tenía yo en ese momento. Me eché en una cama bastante decente, abatido y mareado.
Verán, soy un sátiro.
Dejando de lado las cuestiones físicas, eso quiere decir que la resaca es una fuerza con la que he tenido que trabar mi alianza, como en una relación simbiótica que me ha ayudado infinidad de veces a pensar con claridad. Es cierto que ella tiende a empujar siempre en la misma dirección desesperanzadora, pero el nuevo punto de vista puede despejarte el camino para que veas con más claridad.
Me sentí frío cuando comencé a recordar cómo había llegado allí. A Valencia. A la taberna llamada Mestral. Como si el destino (casi más fuerte que la fuerza impulsora del alcohol) hubiera dirigido cada uno de mis pasos hasta traerme a ese refugio.
Había llegado a Valencia hacía una semana, dejando pasar la mayor parte del tiempo vagabundeando de aquí para allá para acoplarme mejor a mi nuevo hábitat. Los que han viajado lo suficiente saben que el turismo comercial es solo lo que parece: algo superfluo que no tiene nada que ver con el sitio adónde vas. Aparte de las perchas de los hoteles, o los recuerdos con olor a plástico, no absorberán básicamente nada de la esencia de aquel lugar. De manera que yo me dediqué desde el principio a andar de aquí para allá sin tener ningún rumbo fijo. Las calles eran para dormir, y el ocio mi principal ocupación.
Alguien podría pensar que para captar la esencia de la vida de aquel lugar bien me podría poner a trabajar como hace casi todo el mundo, ¿no? Supongo que tendría razón, pero ¿A que casi les convenzo?
El caso es que a los pocos días, empecé a darme cuenta de que mi cara se iba creando un espacio en la memoria de los taberneros del casco antiguo. Y en líneas generales todavía no me asociaban a ningún mal. Verme por primera vez solía inducir primero a la curiosidad antes que la precaución, y era todo lo que necesitaba para entablar un parlamento con los que yo, y solo yo, quería hablar. Traigo patillas de serie, larga y sucia cabellera, perilla de chivo y, pelos aparte, una mirada bastante entrenada. No es que los jefes me invitaran a la primera ronda de alcohol, pero les gustaba ver cuánto era capaz de ingerir antes de caer muerto. Y por eso, créanme, hay gente que paga. Y todo el mundo era feliz.
Ahora, tumbado bocabajo en la cama de una habitación recién alquilada, tuve la sensación de que la dirección de mi vida comenzaba a tomar impulso en una rampa que comenzaba a descender. Tal vez solo era una intuición, pero me gusta pensar que mi intuición es algo más bien infalible. Ya que no logro deshacerme de la sensación de que todo se va a ir al traste, al menos me gusta pensar que tengo razón en eso, y que no es que me estoy volviendo loco. Para mi desgracia, todo se estaba comenzando a hundir de verdad.
Noté el peso de mi sucia mochila gris militar encima de mi, viejos y extraños utensilios clavándoseme en la espalda. Una fina manta, una baraja de cartas, un revolver especialmente grande, como los del salvaje oeste, un matasuegras, una máscara tribal... ni siquiera yo sabía cuantas cosas llevaba encima ni para qué servían todas ellas, pero a veces pienso que en realidad valen mas que yo mismo. Algunos objetos me han salvado la vida varias veces, y a otros los he salvado yo, y me siento responsable de su integridad. Por supuesto, creía no sólo que eran parte de mi vida, sino que un buen detective o un historiador podrían deducir fragmentos de mi historia. Se volverían locos, y probablemente morirían a manos de alguno de esos objetos, pero ellos eran mi testamento. Y de entre todos esos recuerdos el revolver brillaba especialmente, por que era el último recuerdo de otra persona.
Recuerdo que llegué un martes, hacía justamente una semana. Bajé del barco, y me encontré en el puerto, sólo, sin nada que hacer excepto tejerme un vida nueva; Poco después comencé a vagabundear.
No siempre he sido así, en el lugar de donde vengo tenía algo parecido a un oficio, y algo parecido a una familia. Era músico, y aunque no tenía una casa estable, las paredes protectoras hechas de la confianza de mis amigos (y un techo compuesto de besos de mi novia) eran todo cuanto necesitaba. Suena bastante hippie, ¿verdad? Bien, supongo que si alguien coloreara ese estilo hippie con algo de violencia de mafias, obtendría algo parecido a mí.
No añoraba demasiado mi vida pasada. Mis amigos ya no estaban, y el hecho de no ver nada parecido a ellos (a nuestra verdadera naturaleza) en esta parte del mundo me hacía pensar que había despertado de ese extraño sueño.
...Hasta que llegué a Mestral, una taberna normal con una fachada normal y una puerta normal por donde entrar y morirse del susto. Ustedes no están acostumbrados a esas cosas pero tampoco les voy a tratar de dar una preparación argumental; por que no serviría de nada. Aquel local era un refugio de changelings. Hadas, duendes, o como quiera que nos llamen. En la mayoría de casos “gente rara”.


Les dije antes que yo era un sátiro, y es verdad. No verán mis patas de cabra por que yo no quiero las vean, porque no son de este mundo. Si no lo fuera, la gente que pagó por ver cómo el alcohol me tumbaba, me hubiera visto sucumbir ante él. Pero los sátiros vivimos remolcados en el mundo de los excesos: el sexo, las drogas y el rock and rol. Tengo una mitad nada humana. Y por su puesto no soy el único.
Ahora me doy cuenta de que fui el único que se sorprendió cuando entré. Había un nocker conversando con un noble troll de dos metros y medio en la mesa, un poca-liebre corriendo por la barra, diez redcaps intentado dispararle amigablemente con sus 7mm, y una vampira que me miraba desde detrás de la barra. Bien, un vampiro no es un changeling, pero aquella era de los nuestros.
Mestral era un edificio protegido a los ojos de los humanos mediante la técnica más típica y común: Era poco menos que invisible. El garito fue encantado de forma que nadie se fijara en él. Así de sencillo. Si uno se emperraba en contar una a una las casas de aquella calle, no tendría más remedio que encontrarla, pero no vería más que una fachada normal sin nada interesante. Es una cosa que sucede a menudo, y el encantamiento no hace más que forzar más aun esa sensación de “tengo cosas mejores que hacer”.
Por supuesto, los changelings eran inmunes a ese efecto. Lo contrario carecería de sentido, porque nadie entraría y aquella vampira que me miraba desde detrás de la barra no habría hecho ningún negocio.
Así que entré. Esto no lo tenía planeado, aunque de alguna manera había sido muy tonto pensar que no ocurriría. Era un sátiro, un tipo más de hada, y un viaje no iba a cambiar eso.
¾Buenas noches ¾sonó una voz a mi izquierda. Era una centaura adulta, levemente entrada en años, y de momento era la única que había reparado en mí, algo que por lo visto ella estaba apunto de cambiar. ¾¡Eh! A ti no te conozco. ¡Mirad chicos...!
Hubiera querido salir corriendo entonces, pero no hubiera sido una buena manera de empezar. De todas formas aquella mujer-yegua iba tan borracha que nadie le hizo caso, lo que ponía algo de ventaja de mi parte. Me evadí como pude acercándome a la barra entre la multitud mientras ella preguntaba mi nombre a gritos. Me giré para asegurarme que había perdido el interés cuando llegué a la barra, y al mirar de nuevo hacia delante quedé clavado donde estaba. Eran los ojos de la vampira: me estaban examinando. Creo que me hubiera podido tener allí todo el tiempo que hubiera querido. Esa chica no es normal. Después, ella misma continuó con lo que estaba haciendo y yo me quedé plantado allí, sin saber muy bien lo que hacer.
Por desgracia, la situación no duró demasiado. Varios de los redcaps que hasta ahora habían estado disparando al pooka se habían cansado ya del juego, y animados por la centaura venían a jugar con migo. El que parecía el líder, fue el primero en hablarme:
¾Buenas. ¿Estás solo?
¾Bueno, en realidad...
¾Lo decía por que no nos suena tu cara. Así que o no eres de aquí o no eres de los nuestros.
¾¡No, no! Acabo de llegar.
¾¡Oh! ¿Como se llama, señor cabra?
¾Dephro.
¾Dephro ¾Se quedó un momento callado como si pensara. Sé muy bien que un redcap no puede pensar mucho, y que intentaba intimidarme mientras recordaba que es lo que tenía que decir. Lo que decía siempre a los nuevos. Por mi parte, noté como mi revolver se revolvía un segundo en su funda. ¾Perdóname, tengo tics nerviosos y se me van las manos enseguida.
En aquel momento pegó un fuerte manotazo contra la barra riendo. Yo sin embargo permanecí con una cara seria de ¿Y qué?
¾ ¿Y no tienes dinero para arreglar eso? Prueba a respirar hondo. A lo mejor te funciona y dejas de ser el espectáculo del local.
Sentí, tal como me esperaba, el manotazo disparado del redcap en mi hombro.
¾Vaya, qué gracioso, ¿verdad? ¾El resto de su panda, rió también.¾Pues resulta que no. No tengo dinero para arreglar mi pequeño defecto, pero tampoco es algo que quiera cambiar. Creo que este defecto es un don de dios, que me permite arreglar caras como la tuya, tan defectuosa.
Deduje que por las pintas aquél chulo no era cirujano, así que me preparé y le respondí.
¾Tal vez. Dios tiene gustos para todo, pero quitarte la inteligencia a cambio de ese don fue un trato muy injusto. A lo mejor te puso esa enfermedad para que te murieras antes, porque tu cara, ahora que me fijo bien, no es defectuosa como la mía. No, ¾dije volviéndome hacia mi bebida como si lo que explicaba no tuviera ninguna importancia¾ simplemente parece estar mal ordenada.
Vi como su puño salía volando hacia mí justo antes de agacharme. En las películas el gesto de esquivar un puñetazo siempre suele quedar muy limpio, pero la verdad es otra. Yo derramé varios vasos al apartarme, y aun así su puño rozó mis bonitos labios. Otro acceso, en su lado izquierdo, disparó su otra mano hacia mí, convencida de realizar esa operación estética, pero se frenó a un palmo.
No sé si al final se planteó la idea de respirar hondo para calmar sus espasmos, o si fue el tacto de mi revolver en su paquete lo que me salvó.
¾Hay otros métodos para calmar esos tics¾Le dije muy serio mientras hacía le dejaba claro lo que apretaba su ingle. ¾Pero ventilarse los pulmones es menos doloroso. Ahora déjame en paz, joder.
Le empujé lo justo para dejarme fuera de su alcance y que él no se cayera. Tampoco hay que forzar demasiado el orgullo fatal de ningún redcap. Si se hubiera caído le habría provocado un desprestigio y una ira incontenibles. Y aunque no os lo creáis yo no hubiera podido con los diez de su panda.
El redcap me miró por última vez a los ojos y soltó una maldición entre dientes. Para mi alivio no fue una maldición de verdad, sino una de las que dejan los contrincantes en tablas. Su pandilla rió de nuevo, aunque no sé muy bien de quién, y siguieron disparando al pooka.
Nunca conseguirían darle. Aquella liebre tenía talento.


Me desperecé en la cama, aunque no había dormido nada en absoluto ocupado en memorizar la escena del Mestral. Tuve suerte, si pese a todo el redcap hubiera decidido cambiarme la cara, mi revolver (que, recordé, no era mío) no hubiera servido de nada. Solo era un recuerdo, y ni siquiera funcionaba. Tampoco sé usar las armas de fuego.
Dejando mi pequeña hazaña aparte, mi visita hubiera resultado infructuosa de no ser por lo que pasó a continuación. Era eso lo que me mantenía despierto a estas horas. Lo que trataba aun de asimilar.
La centaura estaba durmiendo, y yo le pedí aguardiente con aguarrás a la camarera. Por el sabor me imaginé que la vampira, cuyo nombre me había propuesto obtener aquella noche, se había olvidado del primer ingrediente, pero no me importó mucho.
¾Morwen.
¾¿Qué? ¾Le pregunté a la camarera cuando acabé de tragar.
¾Me llamo Morwen, igual que la hermana del rey Arturo. Y esa, la centaura, es Arna.
¾Ah. ¾respondí como un bobo¾Yo...
¾Tú eres Dephro. ¾Interesante, primero adivinaba que yo quería saber su nombre y ahora adivinaba el mío, pensé con cara de bobo. Una vampira interesante. ¾Lo oí cuando se lo decías a Kamova, el redcap.
Mirar sus ojos era quedar prendido de ella. Le hubiera podido suceder a cualquiera, pero sobre todo a un sátiro.
¾Ah. ¾respondí por último, dando sentido a la palabra bobo. Sin embargo, creo que la chupasangre debió de ver algo interesante en mí, dada la escena que acababa de protagonizar. También es posible que ella se haya acostumbrado a que la gente la mire con esa cara que yo puse, y en verdad no le importó. ¾Vine hace muy poco a Valencia, y no sabía nada de este refugio.
¾No somos muchos, y pronto conocerás a todos los nuestros. ¿Tienes ya algún trabajo estable aquí?
¾Sé buscarme yo mismo la vida sin necesidad de que nadie me contrate. ¿Le preguntas todo esto a todos los que vienen por prime...?.
¾Entonces serás perfecto. Andamos escasos de trabajadores.
¾¿Pretende que me convierta en su camarero? ¿Tengo pinta de eso? ¾Espeté, aunque hubiera estado dispuesto a aceptar el empleo.
¾¿Sabes algún truco más a parte del de sacarte ese revolver encasquillado? ¾Dijo en voz baja, ignorando mi pregunta. Yo tampoco respondí a la suya. ¾Ven con migo. Formalizaremos el contrato detrás, en la rebotica.
Eso es diligencia, pensé, y me levanté imaginando cómo se alzaría un barman con clase. Afortunadamente no había nadie mirando hacia donde nosotros estábamos.
La rebotica era un el lugar de penumbras y aire viciado que debía ser, como lo son todas las trastiendas, sin nada más interesante que los productos alineados que esperan ser consumidos o vendidos en el negocio. Una cama plegable y una mesa con algo de comida. Pero no nos quedamos allí. Morwen hizo un gesto con las manos y con la cara y entonces vi que se abría otra puerta en la pared. Y de nuevo, ella delante y yo siguiendo sus curvas más que las del camino, llegamos a la verdadera rebotica.
Esta no era ningún lugar de polvo y sombras, sino un lugar bien iluminado. También había una mesa, pero era el tablero de dos personas que jugaban a dados mientras fumaban puro. Vaya tópico.
¾¡Vaya! ¾Exclamó el más bajo al verme ¾¿Y quién es este?
¾Enric, Olo, os presento a Dephro. Dephro, estos son mis otros encargados.
¾¿Encargados? Vaya chorrada. ¿Cuánto tiempo hace que no nos llamas así, señorita? ¾Habló de nuevo Enric. Olía a la vana perfección de los nockers, pero de momento me tendió una mano.
¾Bona nit, Dephro. ¾Saludó haciendo con una sutil reverencia Olo. Este era el menos bajito. En realidad debía medir unos dos metros y medio y tenía todas las pintas de un noble troll.
¾A este paso sí que voy a conocer pronto a todos los vuestros. ¾Bromeé. ¾Encantado de conoceros. ¿Cuándo empiezo a trabajar? ¿Y qué recibiré a cambio...?
El troll y el nocker alzaron un segundo las cejas, pero la sorpresa cambió rápidamente a sonrisa cómplice. Me di cuenta demasiado tarde de que aquellos dos no tenían pinta de camareros.
¾Empezarás a trabajar cuando te lo digamos nosotros; cuando todo esté a punto. Y recibirás... Bueno, si lo haces bien creo que podrías conseguir lo que quisieras. ¾Dijo Enric.
¾¿No le has dicho en qué consiste su trabajo, verdad Morwen?
¾Esperaba que lo hicierais vosotros. ¾Dijo, y un segundo antes de dejarme a solas con aquellos dos añadió ¾Es el hombre que buscáis. ¾Y me guiñó un ojo.

Efectivamente, el trabajo no consistía en servir a la clientela faérica del Mestral. No por primera vez, lo que me pedían era que hiciera de matón, escoltando las espaldas de Enric cuando los dos llegáramos a Benimaclet.
Eso era todo: proteger a Enric a ciegas. Me estremecí en mi cama mientras recordaba sus palabras. Era todo lo que debía hacer.
Yo ya había conocido bastantes nockers como para saber cómo son. Cómo piensan, como trabajan, la forma en que trabajaban estoicamente para conseguir sus objetivos guardando un pulcra profesionalidad y elegancia. Por mi parte no eran más que pedantes obsesionados. Normalmente su universo se reducía a inventar artefactos o ser más brillantes que el resto y después, acto indispensable, dejar bien claro que el resto son lombrices inferiores.
Enric parecía tener los bordes de esa arrogancia apenas limados por el trabajo en equipo, pero sabía que yo tenía que entender bien el plan (lo poco que yo debía saber del plan) y no podía entretenerse en dejarme por los suelos.
Leyendo entre líneas adiviné dos cosas: una, que se trataba de un asunto bastante sucio, muy probablemente un asunto de negocios. Y dos: Esa suciedad era de sangre. Teóricamente, yo era su empleado perfecto por que a mi no me conocían, y nadie tenía porqué dispararme. Me dijeron que estuviera preparado para cualquier cosa, pero que principalmente era un asunto de pacificación. Las palabras del nocker me sonaron bastante sensatas pero, por si acaso, me encomendé al mismo Pan, padre de todos los sátiros.
Pensarán que fui un descerebrado al aceptar la oferta. Teniendo en cuenta que, como ya he dicho, nunca aprendí a usar las armas de fuego, pensarán que mi contrato era un suicidio. Hoy debo reconocer que lo fue, pero entonces creí en el plan de Enric... y en el dinero que me ofreció. Además, tengo que decir que no iría desarmado para la ocasión, auque no sería ningún revolver lo que me salvaría la vida. Ni siquiera ningún arma física. Soy un changeling, ¿recuerdan? Y los tipos raros como los changelings, mitad humanos mitad hadas solemos tener nuestros propios métodos.
¾¿Y si el plan falla? ¾Pregunté por si las moscas.
¾Estará asumido. Sólo acompáñame e intenta que no ocurra nada. Y si al final ocurre, intenta que yo no salga demasiado mal parado. Si no te rajas en el último momento, recibirás el pago de tu pequeña gesta heroica.
Al menos el plan no consistía directamente en liquidar a nadie. El trabajo se realizaría en tres días y, después de todo, la suciedad del asunto no tendría por que manchar el resto de mi vida. En un último esfuerzo por ampliar mi información, me enteré de que el lugar de trabajo era una estación metro cercana llamada Benimaclet, otro feudo quimérico como Mestral.
Después de eso, tomé unos tragos más en la barra y me dispuse a buscar algún sitio más seguro que la calle para dormir. No porque pronto tendría dinero para pagarlo, si no por que mi poco sentido cabrío me decía que no me vendría mal tener algún sitio de verdad para esconderme. Solo por si el plan no funcionaba como debiera.
Deambulé por las calles hasta que encontré un lugar que ostentaba el inspirador y lírico nombre de “Tienda aventura”. Era uno de esos que se llenan de guiris y scouts en las épocas de campismo. El tipo que estaba tras el mostrador llevaba una barba descuidada e irregular de una semana, y un cuerpo ancho aunque sin musculación. Probablemente sería un universitario. A los que se hospedaban aquí, sin embargo les bastaba con eso para sentirse más seguros en una de las zonas más conflictivas de la ciudad. Le di diez euros.
Mi habitación estaba en el cuarto piso, era pequeña y el aire olía a polvo y lejía, pero tenía una cama bastante decente. Después de dormir en la calle una semana, la cama podría haber sido de clavos, como las que usan los fakires y los yakas, y a mí me hubiera seguida sabiendo a gloria. Me tumbé sin más, y me dediqué a medir en grados el giro que había tomado (de nuevo) mi vida.


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