Saturday, January 15, 2005

Introducción

La calle era ese lugar para la soledad de las altas horas de la noche. Unos cuantos jirones de nubes, iluminados por la luna menguante, se asomaban por encima del casco antiguo de la ciudad. El viento era poco más que un aliento mortecino y rutinario encargado de mover la basura de un sitio para otro. A lo lejos pareció oírse un ruido parecido a música y, en resumen, todo era como seguirá siendo por los siglos a esas horas.
Garfio, engalanado en uno de sus peores uniformes, permanecía inmutable contra la farola. Aspiró una última calada de cigarrillo y miró la calle como solo el vil capitán pirata sabía hacer. No había telón de fondo de escenario más que las fachadas de las tiendas del siglo XXI detrás de él. No más rugidos de batalla que los pronunciados por el alcohol y la nostalgia en un garito a media distancia. Tiró el camels al suelo y se volvió hacia la oscuridad creciente a sus espaldas.
Hay cosas para las que cierta gente no envejecía, pensó. La buena música o los momentos previos la violencia eran cosas en las que uno se magnificaba ante los demás como perro viejo, que no dejan de inspirarte una y otra vez.
La Vieja Guardia a sus ordenes permanecía detrás suyo, tan fantasmagórica como siempre y, en cierto sentido, otorgando cierto respeto al nombre de un pirata de cuento. Diez hombres, no tan diferentes en cierto modo, algunos con familia, alimentados por la leyenda que solían generar a su espalda. Llovería olvido en alguna parte de la ciudad, o puede que se inundara de gris, pero ellos seguirían en sus trece, transmitiendo aquel honor tan pasado de moda. En pocos minutos actuarían como meros vándalos, o como soldados de élite, lo que venía a ser lo mismo. El garito, con un rótulo enorme de MESTRAL, y parecido a cualquier otro garito, despertaba en ellos una sensación de haber sido utilizados, algo que Garfio, al frente de aquél escuadrón, sabía perfectamente.
¾Que sea por la Joya esta vez. ¾susurró uno de ellos. Aferraba una lanza con fuerza, y esperaba que su capitán les diera la señal. Él le dio ese gusto, y sus hombres comenzaron a desplegarse.
¾Por el Feudo y por Nieninkwe.
Una sonrisa malévola surgió del rostro de Garfio a la par que dos esferas brillantes, una amarilla brillante y otra verde, parecían ser creadas a partir de la nada en sus palmas. Todo un espectáculo de luz y color, sólo para ustedes, para darles un poco de muerte. Lanzó la primera con sutileza observando como atravesaba los cristales sin romperlos. Dentro se hizo el silencio y entonces, como sí todo estuviera escrito y no se necesitara pensar para realizar la escena, las armas comenzaron a rugir su incomprensión.
Dos Guardias entraron haciendo el máximo ruido posible por la ventana a la izquierda de la puerta, y dos más esperaban detrás de la misma para que los que estaban originalmente dentro salieran. Tres se habían subido al tejado y habían ignorado las lecciones de física para atravesarlo y colarse dentro y blandir sus lanzas en una carga extraña. Los tres restantes debían dedicarse a sembrar confusión con efectos tan divertidos como transformar sus rostros en los de los clientes normales de la taberna, mientras los verdaderos iban convirtiéndose gradualmente en manchas de biología y órganos desaprovechados.
La mayoría, sin embrago prefirió quedarse, incluso cuando la sangre comenzó a manchar el inmueble.
Algo de agonía se coló por debajo de la puerta, que había vuelto a cerrarse acogiéndolos a todos en el baile. Para sorpresa de Garfio, un parte de esos gruñidos provenía de gargantas de sus soldados, pero a esas horas ya no podía hacer mucho por ayudarles. Tampoco era importante. Sí él conseguía su objetivo, el resto serían hechos secundarios, riesgos colaterales necesarios.
En los pocos minutos que duró, la batalla era un retrógrado espectáculo de cómo los clientes del Mestral en mayoría numérica, comenzaban a tomar sus posiciones y a detener los golpes. No vendrían perezosos policías urbanos para patrullar por allí, ni confirmar ningún aviso de ruidos por parte de ningún vecino.
Nadie vendría mas tarde.
Silencio, cuando todo el mundo estuvo demasiado muerto en aquel local valenciano.
Más silencio.
Escondida a los ojos de los humanos durante todo el tiempo, Mestral se convirtió en un sitio de miradas expectantes desde dentro, asfixiada en un silencio artificial que evaluaba las bajas.
Silencio.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home